Por Eduardo Stupía . Artista Visual . Buenos Aires . 2016
para Kusanagi no Tsurugi . 2016
Todo dibujo que se practica directamente sobre un muro parece conducirnos a una situación paradójica. Por un lado, la elección de un soporte que todavía puede considerarse no tradicional tiñe a la obra de una inexcusable contemporaneidad, y por otro, quizás no haya mejor ejemplo de la supervivencia actual de lo primitivo y lo arcaico que las marcas de trazos sobre una pared, ya sea que ésta se encuentre a la intemperie o cobijada en la arquitectura de un museo.
A la vez, el lenguaje gráfico que es distintivo de Guillermo Mena y que ahora aplica con elaborada concentración en este impactante site specific no se detiene en abrevar de nada de ello ni se alimenta, al menos explícitamente, de ninguna referencia. Simplemente, se extiende caudaloso y febril con la dinámica de un organismo vivo, o con la misteriosa voluptuosidad de esos turbulentos fenómenos atmosféricos que a veces irrumpen como salidos de la nada y amenazan arrasar con todo.
El mismo Mena confiesa su fascinación por las tormentas marinas, los tornados, los vendavales, así como declara su interés en “los procesos y procedimientos que intentan derribar o destruir algo”, y consecuentemente hace que su dibujo se construya y deconstruya en un mismo movimiento, exhibiendo las heridas de una corporeidad voluble, ambigua, repentinamente desasosegada en íntimo desquicio allí donde se muestra tan física y potente. Un tempestuoso artificio carbónico se afirma en la monumentalidad de una progresión a un tiempo sólida y volátil, donde lo que se examina, se altera y compromete no es sólo la materialidad categórica y autosuficiente del mismo dibujo, sino las certezas, apegos y comodidades del espectador.
En el método operativo de Mena, las instancias de acción y reflexión, de avance y repliegue, de aceleración y retardo, así como las cuestiones de precisión y borramiento, de gesto y detalle, de superposición y transparencia, no se establecen según polaridades ordenadas sino como irrupciones contrapuntísticas de una energía insurreccional, de acuerdo a lo que imponga la intuición del instante, aún cuando es evidente que hay aquí un programa previo y una estrategia perfectamente lógica y congruente.
En cualquier caso, podrá vérselo en vivo ejecutando esta panorámica orquestación, como quien agrega una cuota de teatralidad a una poética que, de por sí, parece añorar los fastos de otros fanatismos escénicos: los raptos sublimes del paisaje romántico, las disoluciones de Turner, las puestas operísticas wagnerianas, los magníficos torbellinos de los diluvios de Da Vinci.
por Eduardo Stupia
Buenos Aires, abril de 2016