Algo
atraviesa los árboles y fuegos del mundo.
Algo
ocurre entre el cielo y la tierra para que suceda el fenómeno. Como si en ellos se ubicara el misterio primitivo de transformar la materia y revelar la sustancia. Como en una ceremonia alquímica, la acción artística de Guillermo Mena transforma el material vegetal ante nuestros ojos, combustiona la madera recolectada en la excárcel y alrededores y la transforma en carbón. El artista revela otra forma de existencia del árbol, lo convierte en materia prima para su trabajo, en herramienta primitiva y ancestral, en rastro y en grito. Es en la carbonización donde se encuentran todas las memorias y todos los tiempos: el de la semilla, el de la rama, pero también el tiempo suspendido y atemporal de la caverna.
Una mirada fugaz a la sala revela la elección de una monocromía radical, donde todo parece absorbido por una densa oscuridad. Si observamos con detenimiento, cada línea que se transforma en mancha o en borrón conduce y se dibuja desde los pequeños y a veces imperceptibles espacios de claridad. Es a través de esos espacios de pared blanca que el carbón revela su urgencia y es en esa confrontación que el negro intenso se eleva y vibra. Mena lanza un grito al espacio saturándolo y estableciendo una medida entre las paredes y nosotros, entre el espacio dibujado y el edificio, entre la excelda y el cosmos.
Su rastro de carbón desata un proceso circular que comienza con una cierta ceremonia del fuego y circula como un enso* dibujando con lo obtenido sobre la pared, frotando luego el papel sobre esta y reincidiendo en su ciclo: carbonización, monocopia y nuevo inicio. Una suerte de acumulación de sutil memoria, perpetua e indefinida.
G. M. se envuelve en papel y traduce su propio cuerpo en dibujo, ambulante. Contra las paredes arrastra, rompe, raspa. Es la acción física directa, intentando manipular el enorme papel sobre la superficie, lo que amplifica el discurso y nos propone una indagación de la acción del cuerpo sobre la materia.
Para tal hecho configura sutiles coreografías de acumulación y pérdida, accionando un bucle de significaciones que se activan en reconstrucción permanente.
El trabajo de extracción no se detiene. El carbón se vuelve interminable en el desdoblamiento constante de producir imagen; en otros casos, arrastra papeles más pequeños haciéndolos vacilar entre la acción y la mancha, entre la sombra y la luz.
Un pensamiento llena la inmensidad, dice William Blake en sus Proverbios del infierno, y es que tal vez el lugar donde habitan las imágenes de claridad carbonizada sea el bosque donde se acunó la primera pregunta y sea en el pensamiento donde esta queda sin respuesta.
En el mito de la caverna de Platón, Sócrates pide a Glaucón que imagine a un grupo de prisioneros que se encuentran encadenados desde su infancia detrás de un muro, dentro de una caverna. Allí, un fuego ilumina al otro lado del muro, y los prisioneros ven las sombras proyectadas por objetos que se encuentran sobre este muro, los cuales son manipulados por otras personas que pasan por detrás. Sócrates dice a Glaucón que los prisioneros creen que aquello que observan es el mundo real, sin darse cuenta de que son solo las apariencias de las sombras de esos objetos. Más adelante, uno de los prisioneros consigue liberarse de sus cadenas y comienza a ascender. Este observa la luz del fuego más allá del muro, cuyo resplandor le ciega y casi le hace volver a la oscuridad. Poco a poco, el hombre liberado se acostumbra a la luz del fuego y, con cierta dificultad, decide salir al exterior, en donde observa primero los reflejos y sombras de las cosas y las personas, para luego verlas directamente. Cuando desciende nuevamente para invitar a ascender a sus compañeros, estos no le creen y no lo acompañan.
Mena propone una extracción del ancestral conocimiento de la caverna, nos involucra en nuevas formas de pensamiento e interpela nuestra visualidad y creencias. Convoca a prestar atención en la claridad de las fisuras por donde la luz se cuela, y permite reconocer la silueta de lo dibujado. Un cierto estado de lucidez del pensar haciendo, donde confluyen todos los tiempos y espacios, un intento de escritura, varios intentos. Desata haikus y frases para dar forma desde el lugar del lenguaje, que en G. M. es una preocupación. La misma inquietud le permite ahondar en las posibilidades de destellos y epifanías, esbozando una inusitada persistencia en su trabajo cotidiano.
Tal vez cuando el aire polvoriento vuelva al bosque, se imponga absorbiendo toda la luminosidad y todos los colores; el intenso carbón revele su latir primitivo, permitiendo que el lugar de la urgencia continúe sin respuesta.
Lucía Pittaluga
Montevideo, agosto de 2019
* Dentro de la filosofía zen, la figura del Enso sintetiza la ciclicidad, la eternidad y la perfección. El enso es para el zen el círculo absoluto de profundo significado. Representa la naturaleza del ser y la existencia, donde cada uno es círculo y todos forman parte del círculo universal, un todo que es mayor a la suma de sus partes.
Agradecimientos
Equipo del EAC, Fernando Sicco, Lucia Pittaluga, Florencia Machin, Elena Teliz, Maitena Silva, Lina, Bruno Grissi, Valeria Cabrera
Comañeros Residentes: Rodolfo Marques, Santiago Viale, Claudia Campos, Paola Carreto, La Liga Tensa, Fabia Karklin,